Diario de una mochilera principiante

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“¿Y si en vez de planear tanto voláramos un poco más alto?”, leí una vez de Mafalda. Entonces, este verano, decidí volar… Sin rumbo ni tiempo determinados, sabía que iba a recorrer el Sur argentino con amigos. Todo era cuestión del destino.

Crónica y fotos
por Inka Von Linden

Ni el día de partida planificamos, ya que éste dependía de lo que tardaran mis compañeros de viaje, la Srta. Scout y el Sr. Atlántico, en llegar a dedo desde La Plata. Yo los esperaba en Bariloche, nuestra base de operaciones.


Primera parada: El Bolsón (1º parte)

Inka-3Ni bien empezamos el viaje, en el colectivo que nos trasladó de Bariloche al Bolsón, fuimos parte del episodio “No jamón”.

-¡¡¡Make pi, make pi!!!- manifestó con desesperación un joven israelí mientras hacía raras señas con las manos. Sus gruesos anteojos cuadrados resaltaban aún más que la colorada cabellera, de por sí contrastante con su rostro.

-Chabón, aguantate, como me aguanto yo- contestó impaciente el chófer, que trataba de no distraerse entre las constantes curvas y contra curvas del camino.

El viajero, sentado en primera fila, insistía de manera enérgica que quería que paren el colectivo para bajar a orinar. Un dato importante para el caso es que el viaje era apenas de dos horas.

-Make pi- insistió-, ¿cuánto? preguntó apuntando su vistoso reloj dorado.

Después de que el chófer intentara explicarle un par de veces, me vi forzada a usar mi span-inglish: “Je sey that iu weit 20 minits tu El Bolsón”. Milagrosamente me entendió y comenzó a mirar con cariño la botella vacía que llevaba enganchada en mi mochila.

-Make pi- me dijo señalándome la botella. Finalmente no tuve otra opción que cederle la botella destinada para cargar agua en el campamento. El joven se levantó del asiento, se paró en la escalera de entrada del colectivo y comenzó a señalarle la botella al chófer: ¿make pi?Este se limitó a ignorar su interrogación y a seguir manejando. Entonces el colorado optó por darnos la espalda a los pasajeros y al chofer, e intentar orinar en mi botella.

¡Pero no pudo! Terminó haciéndolo en un frasco de shampoo que le alcanzó otro de los pasajeros. Cuando al fin llegamos al Bolsón, salió corriendo hacia un arbustito.

“Es para matarte, ¡le diste nuestra única botella!”, dijo Sr. Atlántico, indignado.

InkaEn fin, con una pertenencia de campamento menos, habíamos llegado a El Bolsón entusiasmados. Y la ciudad nos dio la bienvenida con un abrazo de montaña. Esa es la sensación que trasmite, debido a que está contorneada por una pintoresca cadena de cerros. Se encuentra enclavada en un profundo valle de la Cordillera de los Andes, en la frontera con Chile, y por eso goza de un beneficioso microclima. Rápidamente nos dimos cuenta de que nos esperaba un día de muchísimo calor, tanto que parecía que estábamos en Salta.

En el aire se respiraba libertad. La ciudad del Bolsón estaba ocupada por mochi-gasoleros, todos moviéndose a pie, a dedo o en colectivo, pero jamás en transporte propio. Por eso viajaban lo más livianos posible, con lo justo y necesario: carpa, bolsa de dormir, aislante (con suerte), un pequeño anafe, arroz y fideos (infaltables) y las prendas de vestir necesarias (una de cada una). En este caso, menos es más: más sencillez, más frescura, más soltura.

Se trataba, en su mayoría, de estudiantes de entre 20 y 30 años, de cabellos revueltos, ropas polvorientas de colores contrastantes como verde y naranja, mejillas tostadas y grandes sonrisas soñadoras. La parada de colectivo, la plaza, el supermercado, todo rincón se encontraba invadido por ellos. Algo que ejemplifica el lugar que ocupaban estos “hippones” era que en el supermercado, en vez de los pequeños casilleritos para guardar bolsos y carteras, tenía casilleros XXL para las mochilas.

Inka-2-2Doce campings a orillas del Rio Quemquetreu que atraviesa la ciudad, generan una gran dinámica mochilera, porque todo se encuentra a un paso. Intuitivamente elegimos acampar en lo que considero la mejor elección: el “Costa Bolsón”. Por 35 pesos teníamos luz, agua caliente, baños, una cocina comunitaria, fogones y acceso al río. ¡Como en casa!

El camping estaba repleto de juventud, las carpas estaban por poco pegadas, y el ambiente era de lo más amigable y musical. Casi a todas horas se podía escuchar alguna guitarra de fondo y por las noches la fogata comunal era infaltable. Cada uno se acercaba espontáneamente con la bebida que tenía para convidar, a escuchar o cantar junto a las guitarras.

Continuará.

¿Cómo continuó el viaje?
¡Leé todo el “Diario de una mochilera principiante” por la Patagonia!

Pasaron por aquí y dejaron su firma...

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