Transeúntes sigue en la búsqueda de proyectos originales y emprendedores en La Plata y el resto del país. Hoy queremos compartir con ustedes el trabajo de “El Jardín de las Viandas”, un pulmón en la ciudad donde se puede comer rico y disfrutar de la frescura de las plantas. Alejandro, su impulsor, nos cuenta cómo surgió el proyecto que promete seguir creciendo.
Por Bárbara Dibene
Imágenes y edición: Álvaro Vildoza
Un gato gris ronronea y se pasea por el camino de cemento que va desde la puerta hasta la cocina del Jardín de las Viandas. El sol de mediodía le hace brillar el pelaje y seca el rocío del pasto sobre el que las mesas y sillas de colores ya están puestas. Cuando una joven pareja llega con su hijo, el gato corre y salta hasta una de las medianeras.
—Gatito, vení, vení. Mami, gatito—balbucea el nene y señala hacia la pared.
—Se llama Crispin, ya cuando baje lo vas a poder tocar—lo consuela el mozo, Raúl, mientras se acerca a la mesa que ocuparon los recién llegados. — Hola, chicos, ¿qué van a pedir?
—Qué tal, dos menú de pescado y ¿puede ser una hamburguesa para él?—La mujer alza al nene e intenta distraerlo con un video en su celular.
Raúl, alto, morocho y con el delantal negro impecable, regresa a la cocina y cuelga un papelito con el pedido. Luego comienza a hacer los panqueques para ayudar a Kairé, una de las cocineras, que está preparando la salsa. En la habitación de al lado, donde están el estante con la vajilla y una mesa larga con varios cuchillos, el dueño del jardín termina uno de los platos del día.
Alejandro es paisajista y desde el año ´98 se dedica a cuidar de sus plantas. Lo que un tiempo fue un vivero, hoy es un emprendimiento que lo tiene trabajando a tiempo completo. Las Viandas del Jardín, actualmente el Jardín de las Viandas, nació como un proyecto personal de preparar comida en el quincho de su casa y hacer delivery en el barrio. Desde principios de este año, las circunstancias y ayudas que recibió le permitieron incorporar nuevas personas hasta abrir un restaurante al aire libre con un menú rico, variado y económico.
—Lo que yo quiero es que la gente venga con ganas—asegura Alejandro, que se toma un momento y se sienta al aire libre—. Nosotros les ofrecemos una comida casera y estoy contento porque está resultando. Antes muchos pasaban y se quedaban viendo el jardín. Hoy, además, pueden ver desde la calle la cocina, que quedó muy luminosa, y eso les llama la atención.
En el fondo del jardín está la cocina con sus hornos industriales y tres mesadas con algunas tablas de madera para picar. La heladera, tan blanca como las paredes, permanece recluida en un rincón y llena hasta el tope de los estantes. Alejandro la señala y ve cómo “León”, un gato gordo y rubio, aparece y le salta hasta las piernas. Su dueño lo acaricia y sigue hablando de los orígenes de su emprendimiento:
—Yo cocino desde chico, me encanta. Desde los 17 años que vivo solo y siempre me gustó comer cosas bien hechas. Con los años me fui refinando en mi propia cocina. Siempre dije que si las cosas no funcionaban me iban a meter de lleno con esto.
Raúl se acerca con bandeja en mano a una mesa donde están charlando un grupo de mujeres. Les deja dos potes con salcitas, la panera con grisines caseros y la gaseosa. Desde la cocina, Kairé le avisa que pronto saldrán varias porciones de lasaña con salsa blanca. Todas deciden pedir eso, pero una pregunta si la salsa puede ser boloñesa.
—No hay problema, en unos minutitos ya están, chicas—asegura Raúl y va hasta otra mesa, donde una pareja se acaba de sentar.
El staff del Jardín tiene presente que los gustos de los clientes son tan personales como infinitos, por eso siempre hay una alternativa a los platos originales. Como proyección, prometen en poco tiempo abrir durante las tardes y ofrecer meriendas que incluyan variedades de tortas, tés, cafés y tragos. También, esperan que la iluminación les permita tener menúes de cena y espectáculos que acompañen las veladas. Por ahora son muchos los planes y mucho el trabajo para mantener en funcionamiento este emprendimiento.
Alejandro baja a “León” hasta el pasto y camina hasta la enorme enredadera que cubre la pared del edificio vecino:
—Esto había que aprovecharlo y ahora casi estoy viviendo acá. En el trabajo no tenemos un horario demasiado definido. Después de que la gente almuerza vemos que cosas faltan y nos quedamos preparando masas, salcitas, condimentos. Pero estoy contento, de buen humor, hacía falta un lugar así en La Plata.
El equipo de Transeúntes pudo disfrutar de un almuerzo cocinado y servido por el propio Alejandro: merluza sobre un colchón de cebollas y con salsa de tomates y arvejas, acompañada de papas a la española. Le agradecemos por darnos el gusto y dejarnos pasar un día en su maravilloso jardín.
Dirección: 5 entre 41 y 42 Número 459
Facebook: El jardín de las viandas